Sleater-Kinney.- No Cities To Love

Una de las cosas que más suele interesar a la prensa musical, siguiendo una tendencia periodística e histórica generalizada, es clasificar las cosas por décadas. Diez años son uno de los horizontes lejanos que nos marcamos las personas a la hora de marcar los hitos de nuestra vida, o cuando toca echar la vista hacia adelante, o hacia atrás. Y diez años es el tiempo que llevaban Sleater-Kinney sin sacar un disco.

No es fácil ser un icono. El trío formado por Corin Tucker, Carrie Brownstein y Janet Weiss está de vuelta, buscando revalidarse y de nuevo volver a una destacada posición en el panorama musical que nunca debieron perder, no por haber fallado con álbumes mediocres, sino por el peso del paso del tiempo. No es lo mismo vivir siendo un recuerdo de algo apoteóstico, como serlo en el momento presente.

¿Cuál es el lugar de Sleater-Kinney en la actualidad? Está claro que el movimiento riot grrrl ha dejado de ser algo innovador, y aunque es importante que su espíritu perdure, se ha actualizado y modernizado. La velocidad del cambio es pasmosa, especialmente en cuanto a música y tendencias, por lo que el proceso de adaptación no siempre es fácil. En vista de la aparente lejanía de sus orígenes, sólo nos queda ver qué aporta a día de hoy un álbum como No Cities To Love.

Sleater Kinney No Cities To Love

Con las perspectivas fijadas en cuanto al paso del tiempo y al peso de éste, lo que queda es valorar las particularidades del sonido de Sleater-Kinney, y cómo se han mantenido éstas vivas y en forma. Sin adelantar acontecimientos, tras la escucha de los primeros cortes de No Cities To Love, puede verse que la salud de la banda es encomiable y que, sin despegarse de su evolución desde aquél disco autotitulado de 1995, han sabido crecer y evolucionar, a pesar de los hiatos.

Del movimiento riot grrrl se han quedado las estructuras rápidas, pegadizas y divertidas; del hardcore posterior a la obra de Fugazi han mantenido los ritmos complejos e imposibles, pero que logran disimular su densidad; y de la actualidad, han tomado influjos del indie y del pop contemporáneo, para conseguir que la mezcla sea fácil de escuchar. Todo lo anterior crea canciones irresistibles, a las que uno puede  engancharse desde el primer momento.  Debido a este proceso, sus temas han perdido algo de la agresividad y furia de sus inicios, pero a cambio, han ganado ese regusto áspero y amargo que suele traer la edad, y la experiencia de tres artistas activistas, comprometidas y con un talento desbordante. El mundo ha cambiado, y ellas con él, pero no por ello significa que no queden batallas por luchar. Sleater-Kinney no hablan ya a gritos, pero eso no implica que hayan tirado la toalla.

Tras estos elogios, es el momento de poner las cartas encima de la mesa. No Cities To Love no es un disco redondo, y tiene algunos temas que no están del todo a la altura y empañan la experiencia. Empieza bastante fuerte con cortes como el inicial Price Tag, la complicada  Fangless, la acidez Surface Envy y el hit No Cities To LoveA New Wave busca algo más de velocidad, y No Anthem, a pesar de sus intentos por introducir ritmos aún más enrevesados se queda en un experimento demasiado técnico y algo frío. Gimme Love, por el contrario, tiene emoción a raudales pero falla técnicamente al ser algo arquetípica. Salva el tramo medio del álbum Bury Our Friends, el primer adelanto, y tal vez el mejor corte en términos generales. Hey Darling es sin duda entretenida, y por su duración se ve que es un divertimento, y aunque justita, cumple.  Finaliza este trabajo con Fade, una canción nada común, pero muy interesante, con más cadencia de la usual, rara, maleable y sorprendente. El balance es totalmente positivo, a pesar de algunos momentos puntuales en que se baja el listón.

Dijo la antaño influyente revista Rolling Stone que estamos ante el primer gran disco del año, y en esto no se equivocan. Sleater-Kinney, a pesar de los iniciales miedos que destacábamos al principio de este texto, vuelven por la puerta grande. No Cities To Love es un disco que se puede recomendar sin miedo, fácil de escuchar y con mucho que mostrar. Porque, a pesar de lo mucho que nos esforcemos por clasificar, enmarcar y separar, diez años no son nada.

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