Gone Is Gone.- Echolocation

El día 6 de Enero, bien pronto por la mañana, Sus Reales Majestades de Oriente tuvieron a bien dejarnos como regalo el primer álbum de una banda que a fecha de hoy no llama la atención por sus propios méritos, sino por sus componentes: Troy Sanders de Mastodon, Tony Hajjar de At The Drive-In, Troy Van Leeuwen de Queens Of The Stone Age y Mike Zarin, el único de la formación sin una referencia de peso.

El atractivo de un supergrupo con influencias tan variadas es evidente, pero actúa como un arma de doble filo, dado que es fácil ilusionarse y esperar grandes cosas de los miembros de tres bandas que además siempre se han caracterizado por su vena exploradora y su inquietud. Desde el post-hardcore laberíntico a stoner capaz de llenar estadios, pasando por el rock progresivo más purista, la mezcla de estilos que podía contener Echolocation le hacía prácticamente una apuesta segura en cuanto a valentía e innovación en géneros que desgraciadamente en muchas ocasiones tienden al inmovilismo.

gone-is-gone-echolocationPor todo esto, es algo decepcionante encontrarse de bruces con un disco bastante conservador; bien hecho, competente, y también prometedor, pero a la hora de la verdad, deja una impresión fría, de no estar a la altura de las mentes pensantes que le protagonizan.

Como es lógico, la mezcla de rock progresivo, metal, heavy rock y post-hardcore es la clave en la que se mueve Echolocation, y cada canción tira hacia uno de los vértices señalados, y se prima un sonido coherente y redondo por encima de ideas más innovadoras. No es en absoluto un disco plano, repetitivo o aburrido, pero le falta el aderezo sorprendente que caracteriza a los incoformistas At The Drive-In o a los Mastodon más exploradores.

Los ritmos más pesados de Echolocation se pueden encontrar en Sentient, Resurge, Ornament o en Slow Awakening; mientras que la vertiente más agresiva y frenética de Gone Is Gone hace acto de presencia en Gift, Resurge y Fast Awakening. Ambas actitudes sientan bien a la banda y se ve a sus miembros cómodos creando atmósferas guitarreras enrarecidas y en ocasiones incómodas. El caso más raro es Dublin, un oasis de calma tensa que a pesar de la inicial extrañeza por su carácter ambiental, encaja perfectamente en el álbum. También hay alguna que otra canción llamativa, como Pawns y sus tonos de blues, o los sonidos actústicos de la final Resolve. Estos intentos de hibridación rompen la aparente monocromía del álbum y hemos de creer que suponen una promesa de mayor eclecticismo en sus próximos trabajos.

El reto de Gone Is Gone de cara a su futuro pasa obligatoriamente por encontrar un sonido propio, y por ofrecer no sólo una buena factura, sino también algo nuevo que justifique la unión de personalidades musicales tan dispares y destacadas. La maldición del supergrupo ataca de nuevo, y aunque sea injusto no usar la misma vara de medir, en esta ocasión hay razones suficientes para ponerse más exquisito de la cuenta y pedir, que al fin y al cabo es gratis.

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